854 multas por cruzar la vía a pie
Miles de personas ignoran los cientos de pasos subterráneos de la red
Un informe cuenta 176 atropellamientos mortales, excluidos suicidios, desde 2000
Sant Pol rechazó el proyecto de Adif para construir un paso subterráneo
En Salou, donde el Euromed no para, los peatones no respetan el paso a nivel
“De Mataró para arriba, por donde quieras y lo que quieras: chavales con los cascos que no te oyen, pescadores, mayores empanados, familias enteras con la nevera, la sombrilla y el carrito del niño… Cruzan todo el año, pero en verano tenemos que ir con mil ojos”. Habla uno de los maquinistas de Renfe que a diario hacen el trayecto entre L’Hospitalet y el Maresme. Pide que su nombre no aparezca y desde el anonimato se suelta: “La gente no ve el peligro del tren, no es consciente de que vamos a más de 100 kilómetros por hora, de que para frenar necesitamos un kilómetro y medio, piensan que un tren frena como un coche. Puedes pitar y frenar, pero no puedes hacer nada más: no puedes salir de la vía y ves que te los llevas…”.
Ni la consternación fruto de la tragedia de Castelldefels de la verbena de hace tres años, cuando murieron 12 personas; ni el esfuerzo de la operadora Adif para dificultar con vallas el cruce por puntos no autorizados; ni las 854 multas de 2012 (331 en el litoral) y las 556 en lo que va de año —que pueden ser de hasta 6.000 euros—; ni que solo entre Barcelona y Blanes existan más de 200 pasos subterráneos o elevados que en teoría están para evitarlo… La gente sigue cruzando por las vías.
Más complicado es disponer de cifras de siniestralidad, porque no siempre se puede dirimir qué fue un accidente y qué un suicidio. Con todo, fuentes de Adif, a partir de un informe de Mossos d’Esquadra que excluye los suicidios, apuntan, con cautela, que entre los años 2000 y 2012 se contabilizaron 176 víctimas mortales por arrollamiento en Cataluña. Entre estas muertes figura, por citar un ejemplo, la de una señora mayor que cruzó por las vías tras colarse entre las vallas metálicas de Segur de Calafell que quedan enfrente del mercadillo. Lo hizo por pereza a caminar los 200 metros que la separaban del paso subterráneo y se la llevó un tren.
Otro de los ejemplos más ilustrativos de estas imprudencias se produce en la playa de El Molí de Sant Pol de Mar (Maresme). A la playa se accede o bien por el camino de ronda desde el pueblo o desde un aparcamiento que hay al otro lado de la N-II: lo que muy pocos hacen es pasar por debajo de la carretera como forma de sortear la vía.
Pese a que el dueño del chiringuito Banys Gálvez, Jordi Gálvez, se toma la molestia de limpiar el paso subterráneo —asegura que le corresponde al Ayuntamiento—, bañistas y clientes pasan sistemáticamente por encima de la vía para llegar a la arena. Además, en este punto la vía traza una curva y en uno de los extremos hay un túnel. Sant Pol, Santa Susanna (también en el Maresme), Cambrils y Salou (Tarragonès), son los únicos municipios costeros donde no hay paso subterráneo en la estación.
En Sant Pol, Adif recuerda que presentó un proyecto para construir un paso bajo las vías, pero que tanto el Consistorio como la ciudadanía lo rechazaron, “alegando que alteraba la imagen de la población”, aseguran fuentes del administrador ferroviario. La alcaldesa, Montserrat Garrido (CiU), mantiene que los pasos subterráneos “son inviables” en el núcleo urbano. Argumenta que “no se ha encontrado la forma de que no se inunden”, pese a que sí han encontrado la fórmula en otros municipios de la costa del Maresme. “Los demás no tienen el agua tan cerca”, insiste. Y añade que “cruzar la vía es algo que está muy asimilado entre los santpolencs, sean de raíz o de adopción”.
En Calella sí hay varios pasos por abajo, pero la fachada del pueblo es tan larga que son varios los puntos en los que los turistas pasan sobre los raíles —incluso en pasos a nivel señalizados y con las barreras bajadas— mientras la megafonía de la estación recuerda inútilmente: “Atención, no crucen las vías, si han de cambiar de andén, utilicen los pasos habilitados”.
En Salou ocurre lo mismo. A la vuelta de una curva, un tren sin parada aturde la estación de la localidad tarraconense con un sonoro pitido. Haciendo caso omiso de la bajada de barreras y las señales luminosas y sonoras que avisan del cierre del paso a nivel, una mujer cruza los raíles a la carrera. “Aquí cada uno hace lo que le da la gana y después, pasa lo que pasa”, señala, resignado, un vigilante de seguridad de la estación. Son ellos los que ponen la mayoría de multas de Adif, que luego tramita la delegación del Gobierno en Cataluña.
El paso a nivel que separa los andenes del apeadero de Salou interrumpe la circulación de la calle de Barcelona, la arteria más transitada de la ciudad. A los coches no les queda más remedio que respetar las barreras de seguridad que impiden la circulación, pero numerosos transeúntes evitan la espera y se lanzan a cruzar las vías, aun cuando las indicaciones alertan de que un tren se acerca. “Incidentes hubo muchos. Los trenes salen de una curva con poca visibilidad y el Euromed, por ejemplo, va a mucha velocidad porque aquí no para. En las vías han tenido que dejar tirados juguetes de los niños, bolsas del supermercado o carritos de la compra porque veían que venía el tren y que no les daba tiempo a cruzar con todo”, apunta un vecino, Javier Aragó, mientras aguarda en el andén.
La camarera del bar de la estación, Mónica Aguirre, afirma que el último invierno fue “una temporada mala, con muchos incidentes”. Por si alguien está pensando en atribuir las imprudencias a los turistas, Aguirre avisa de que los más “irresponsables” son los propios vecinos de Salou. “La gente que es de aquí se confía más, conoce las vías y hace lo que quiere. De hecho, los señores mayores, que deberían tener mucho más cuidado porque caminan más despacio, son los peores. No tienen paciencia y cruzan”, sentencia.
En Adif se desesperan ante el fenómeno, unas imprudencias que se multiplican cada verano. Un portavoz recuerda que trabajan “en distintos ámbitos” para tratar de evitarlo. En los últimos años se han colocado vallas en los términos de Calafell, Blanes, Sitges, Castelldefels, Gavà, Cubelles, Arenys de Mar, Pineda, Santa Susanna, Sant Andreu de Llavaneres, Caldetes, Malgrat, Canet y Sant Pol. De las 32 estaciones del litoral de Barcelona “se ha actuado en 31” y las principales obras (16) han consistido en la construcción de pasos soterrados con rampas, ascensores o escaleras o rampas.
Los nuevos, amplios y de fácil acceso, suelen estar limpios y transitados. El problema está muchas veces en los más antiguos. Son estrechos, oscuros, sucios y malolientes y entran en un círculo vicioso: nadie los utiliza porque están hechos un asco y como nadie los utiliza, nadie los limpia.
Con todo, muchos de los pasos a nivel del litoral catalán tienen los días contados. Adif ha redactado proyectos de supresión para los dos pasajes de la estación de Calella y tiene previsto el cierre definitivo de los 11 pasos que concentra el tramo costero entre Barcelona y Tarragona, como parte de las obras del Corredor Mediterráneo. Quedará todavía el de Llançà.
Imprudencias en Castelldefels pese a las mejoras en seguridad
Una foto garabateada y un par de flores blancas cuelgan de una columna de alta tensión en el apeadero de Castelldefels Playa. Es el único recuerdo que quedaba esta semana en la estación del accidente ferroviario que hace tres años se cobró la vida de 12 personas que acudían a celebrar la verbena en la playa la noche de Sant Joan.
La imagen es de uno de los jóvenes atropellados por un tren sin parada con destino a Barcelona. “Su madre viene cada cierto tiempo, en fechas señaladas, a ponerle flores nuevas”, explica la señora de la limpieza de la estación. Ella no trabajó el 23 de junio de 2010, pero recuerda el relato de sus compañeras: “La gente empezó a cruzar la vía, vino el tren del otro lado y no pudo frenar, no le dio tiempo y se los llevó a todos por delante”.
La investigación judicial concluyó que se trató de una actuación “imprudente y temeraria” de las víctimas. La estación tenía un paso subterráneo para cruzar entre los andenes, el tren circulaba dentro de los límites de velocidad permitidos y, ante la avalancha de gente en las vías —alrededor de una treintena de personas atravesaron los raíles—, el maquinista actuó correctamente haciendo sonar la bocina y activando el freno de emergencia.
Un 10% por las vías
Pero nada evitó la tragedia. “La gente sabe de sobra que no se pueden cruzar las vías. Les pones el paso subterráneo, carteles, avisos por megafonía… pero, aun así, sigue existiendo alrededor de un 10% que lo hace”, apunta Arturo Benito Delgado, vigilante del apeadero.
Desde el accidente, la estación ha reforzado las medidas de seguridad. La terminal cuenta con un vigilante de seguridad durante los meses de verano para controlar la ingente cantidad de pasajeros que se apean en la estación con destino a la playa. Además, en las últimas semanas, los operarios han colocado nuevos carteles de advertencia al pie de los raíles: en rojo vivo, recuerdan la prohibición de atravesar la estación por el medio de las vías.
“A mí me da igual que entren sin billete, ya tendrán que arreglar cuentas con el interventor. Pero yo no le voy a permitir a nadie que cruce las vías delante de mí porque, a lo mejor en ese momento no pasa el tren pero, ¿y si pasa?”, inquiere Arturo.
El vigilante, que asegura que los jóvenes son los más imprudentes, agradece que se intensifiquen las medidas de seguridad: “Todo ayuda, que sirva para que no se repita lo de hace tres años”.