DeL.V.:
De Barcelona a Sitges: 4 horas en el tren
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Dolors Pou | 05/10/2007 | Actualizada a las 10:26
Ayer salí pronto de trabajar, llegué a la estación del Paseo de Gracia sobre las 7 de la tarde y me sentí afortunada: justo circulaba por la vía un regional con destino a Tarragona que me dejaría en Sitges en menos de 40 minutos. Tenía ganas de llegar a casa ponerme cómoda y estirarme en el sofá. Un privilegio que pocas veces puedo hacer.
Llegamos a Sants. El tren se para, la gente comenta, nadie informa. Cosa ya habitual dentro de la "normalidad" reciente. El tiempo de demora empieza a ser preocupante: una hora parados. Nadie informa.
Aparece otro tren que se sitúa justo detrás. La gente se baja, cambio de tren. Difícil entrar, hay que "apretujarse" pero si ése es el que va a salir primero habrá que empujar. Después de 20 minutos de pie sintiendo el aliento de la persona que tengo detrás, a derecha y a izquierda, y notando que mis pies no me responden (no debería llevar tacones), decido bajar al andén. Ir y venir de de gente perdida.
- ¿Éste va a Vilanova?
- ¿Por qué no hay nadie de información?
Nadie sabe nada, nadie dice nada. En mi tren (sigo en la puerta) hay buen ambiente, la gente bromea. Se agradece.
Por fin algo coherente por megafonía –dos horas después de subirme al primer tren-.
- Parece que desde la vía 7 saldrá un tren que irá al revés.
- ¿Al revés? Sí, directo hasta Sant Vicens de Calders por el interior y desde allí volverá por la costa (es de suponer que hasta Sitges…).
Hoy los primeros serán los últimos. Corriendo hacia la vía 7. En la escalera mecánica un chico a mi lado esconde su chaleco amarillo fosforito entre un par de diarios gratuitos, se camufla entre la gente. Su mirada me pide que no lo descubra, ellos no tienen la culpa, no puede informar si nadie le informa a él.
Consigo llegar al tren. Es el cuarto en el que subo, así que no albergo ninguna esperanza. Después de 20 minutos, el conductor nos habla. Se hizo la luz. Nos vamos, directos a Sans Vicenç. ¿Y allí? Eso es otro cantar: de momento oír el tren arrancar es un alivio para todos.
El trayecto es de casi 1 hora, ameno, la gente encantadora, bromas, risas, reina el sentido del humor. Parece mentira, pero es cierto. Quizás he tenido suerte y he ido a parar al vagón de la resignación. Llegamos a Sans Vicenç de Calders. ¿Y ahora qué?
Bajamos, no bajamos. Nadie informa. No nos sorprende. Al cabo de un rato, alguien grita: ¡por la vía 4!. Corre la marabunta hacia las escaleras para cruzar a la otra vía. A una señora se le caen las gafas.
- ¿Alguién tiene un mechero? No se ve nada
Resignada a irse sin sus gafas consciente del tapón que está formando y del peligro que corre de que la empujen sin querer escaleras abajo, cuando decide abandonar la búsqueda, aparecen las gafas.
Subidos ya al tren, la gente cuenta las paradas al revés. Llamo a casa.
- En 20 minutos llego.
¿Por qué habré hablado? Nos paramos en Cunit. Vilanova está colapsada y no podemos avanzar. Le dan la salida al tren de la vía de al lado, va hacia Barcelona. El conductor, al que estaré eternamente agradecida, cede su turno a nuestro tren. Avanzamos y después de un viaje de 4 horas vislumbro mi llegada a casa.
Y la gente se despide con sentido del humor. Como esos dos caballeros que se dan la mano.
- Ha sido un placer. Pero el viaje muy largo.