Autobús 18 de TMB: un dels meus també!!
Posted: Thursday 01/11/2012 16:38
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jueves, 1 de noviembre de 2012
Recuerdos de mi autobús: el 18
Todos tenemos recuerdos entrañables de aquellas cosas que formaron parte de nuestra vida y que durante nuestra infancia y juventud nos acompañaron. Aunque se suele decir que cualquier tiempo pasado fue peor porque no había las comodidades de ahora, añoramos sin embargo con una sonrisa aquellas épocas que vivimos antaño y que tanto nos marcaron como personas. En nuestros barrios recordaremos por ejemplo los cines de reestreno donde veíamos entretenidos programas dobles, y también aquellos comercios tradicionales de siempre cuyos dueños tan queridos por todo el vecindario se convirtieron en miembros de la familia.
Algo parecido me sucede cuando rememoro aquella línea de autobús en la que tantas veces viajé y gracias a la cual descubrí Barcelona. Esa era la 18, establecida de mutuo acuerdo entre el Ayuntamiento de Barcelona y el Patronato de Viviendas del Congreso Eucarístico con motivo de la construcción de la nueva barriada. Tranvías de Barcelona la puso en servicio el 10 de julio de 1961, con un recorrido entre la plaza del Congreso Eucarístico y las Atarazanas. Inicialmente, el itinerario previsto era hasta la plaza del Virrey Amat, pero debido a que las obras de pavimentación de la calle de Felipe II no terminaban, finalmente la idea se descartó. Sin embargo, los indicadores de línea y las paradas indicaban el origen y final que nunca fue, por lo que tuvieron que ser rectificados. Corría por aquél entonces la leyenda de que el Obispado firmó a petición de la parroquia de San Pío X un tratado por el cual el Ayuntamiento se comprometería a no suprimir jamás esta línea de autobús.
Al entrar en servicio su denominación no era el número 18, sino que llevaba un distintivo de letra, la S. Eso se mantuvo hasta el cambio numérico definitivo, el 23 de febrero de 1964. Habitualmente los vehículos eran Pegaso-Seida del modelo 5020, los primeros de fabricación nacional, pintados con un doble tono azulado conocido popularmente como “azul Porcioles” en honor al entonces alcalde de Barcelona. La entrada se efectuaba por detrás, donde se hallaba la cabina del cobrador. Las puertas del centro y delantera eran de salida. Estos autobuses los llegué a conocer cuando era muy pequeño. Sin embargo, los que recuerdo mejor por haber durado tantos años fueron los Pegaso-Jorsa del modelo 6035. Los conocí pintados primero de “verde Porcioles” con franja amarilla y después de rojo con franja crema. Eran una serie de dos puertas, y tanto la entrada como el cobro se efectuaban por delante. Al subir al autobús, en el lado opuesto al conductor había una máquina expendedora de billetes de color amarillo donde introducías las monedas y te expedía un billete sencillo. Luego, para pasar al interior había un torniquete. A esas máquinas yo de pequeño las llamaba “los pagaduros”. A partir de 1980 incorporaron canceladoras de tarjetas multiviaje, que luego sustituyeron definitivamente a las máquinas expendedoras.
Viajar en estos autobuses suponía sentarse en asientos duros de contrachapado de madera y soportar el ralentí, el traqueteo y el ruido del motor. Además, carecían de aire acondicionado, pero era lo que existía, con lo cual estabas acostumbrado a aquellas viejas glorias, cuya fidelidad y resistencia nada tiene que envidiar a los modernos autobuses de hoy día. El recorrido apenas cambió durante toda su vida. Yo conocí su primitivo itinerario. Partía del lado montaña de la plaza del Congreso Eucarístico y seguía por la plaza del Doctor Modrego, Manigua, paseo de Maragall, plaza de Maragall, Navas de Tolosa (a la vuelta por Valencia, Olesa, Vizcaya y plaza de Maragall), avenida Meridiana, Valencia, Enamorados, La Coruña, avenida Meridiana, plaza de las Glorias, avenida Diagonal, Cerdeña, Gran Vía, plaza de Tetuán, Gran Vía, Pau Claris (a la vuelta por paseo de Gracia), ronda de San Pedro, plaza de Urquinaona, ronda de San Pedro, plaza de Cataluña, la rambla, Puerta de Santa Madrona y avenida de les Drassanes, desde donde giraría por la plaza de la Puerta de la Paz para tomar en sentido ascendente la Rambla.
Las paradas habituales fueron las popularmente llamadas “Vidal Hospital”, de color amarillo, con publicidad en la parte superior y una chapa giratoria donde se indicaba el recorrido y los horarios de línea. Su nombre viene de un contrato-subasta convocado por Tranvías de Barcelona en el año 1959 para explotar un nuevo servicio de publicidad en las placas indicadores de las paradas. Este contracto fue otorgado a Miguel Vidal Hospital, responsable de su diseño. A la espera de la llegada del autobús, todavía recuerdo las máquinas con venta de chicles redondos de diferentes sabores a una peseta, que luego fueron retiradas, si bien otras fueron víctimas de la rapiña de las bandas de gamberros.
Muchas cosas de Barcelona llegué a conocer gracias al 18. Con este autobús íbamos incluso a cines de barrio, como el Rívoli y el Maragall. El primero estaba en la calle de José Estivill con la avenida Meridiana, entonces una arteria gris de ancha calzada y estrechas aceras la cual era necesario cruzar en algunos tramos a través de unos verdosos puentes metálicos. Nos bajábamos en la de Fernando Reyes, donde descubrí la singular y futurista iglesia de San Juan Bosco. Ocasionalmente, para ir al cine Maragall utilizábamos también el 18 cuando íbamos un poco justos de tiempo. Nos bajábamos en la primera parada de la calle de las Navas de Tolosa y recorríamos andando el paseo de Maragall.
Viajando en este autobús descubrí por primera vez los Encantes Viejos de la plaza de las Glorias. Lo visité por primera vez un sábado por la mañana, acompañado de mi hermano Tomás y de mi padre un sábado por la mañana.
A través de su recorrido observaba la grandeza y majestuosidad de la Gran Vía y edificios emblemáticos como la plaza de toros Monumental y el Hotel Ritz. De niño siempre solía confundir la plaza de urquinaona con la de Cataluña, pero el problema me lo resolvió un señor mayor que estaba sentado justo a mi lado. - “Això és la plaça d’Urquinaona”- me dijo aquél buen hombre. Luego, al llegar a la altura de El Corte Inglés, me indicó - “I això és la plaça de Catalunya”-. Y terminó preguntándome: -“Què? Ja estàs més orientat?”-, por lo que yo asentí afirmativamente. Desde entonces jamás se me olvidó.
Fueron muchos los sábados por la mañana en los que mi madre y mis hermanos utilizábamos el 18 para desplazarnos a la plaza de Cataluña o a la Rambla.
- “Anem a Barcelona”- decía siempre mi madre, pues esa era la expresión habitual de muchos barceloneses de aquellas generaciones, como si las barriadas fuesen pueblos. Unas veces visitábamos el centro comercial El Corte Inglés, entonces no tan grande como ahora. Otras veces nos bajábamos hasta la Rambla. Desde Canaletas íbamos a pie recorriendo el ambiente de antaño cuando entonces aquella arteria era realmente la Rambla y se respiraba un ambiente típico barcelonés. Fue aquella vez la que descubrí las paradas de pájaros de diferentes especies. - “Mira, la Rambla dels Ocells”- me decía mi madre. Luego, más abajo, imperaba el aroma a plantas. –“Mira, la Rambla de les Flors”-, me indicó. A veces entrábamos en el palacio de la Virreina para ver alguna exposición de arte, o bien nos adentrábamos al mercado de la Boqueria. Éste último, si no se ha visto nunca, impresiona de verdad en los ojos de un niño como era yo, por lo que se convirtió en toda una aventura. Me parecía gigantesco, como un palacio de la alimentación, una pequeña ciudad con un tráfico de personas que otorgaban a aquel lugar una vida extraordinaria. Me encantaba el aroma típico y exclusivo de plaza de mercado que tanto abre el apetito, el olor a mar de las pescaderías, la fragancia de las olivas en vinagre y de los garbanzos cocidos, y la dulzura de las fruterías. Pero también me impuso respeto pasar ante las paradas de despojos, al observar las cabezas de cordero y un par de pulmones colgados por unos ganchos. La experiencia de la Boqueria fue tan interesante que la repetimos en diversas ocasiones.
En la misma Rambla barcelonesa visité por primera vez acompañado de mi madre y mi hermano Tomás la tradicional Fira de Sant Ponç, que anualmente llena la calle del Hospital de singulares paradas donde se vende fruta confitada, miel y especias aromáticas. Eso sucedió un 11 de mayo de 1980, fecha en la que pude observar de cerca por primera vez como eran los panales de abeja, auténtica obra de ingeniería de la naturaleza.
Con el 18 descubrí también el puerto y pude ver de cerca por primera vez los barcos. Me fascinaba averiguar qué profundidad tenían aquellas aguas sucias y malolientes. También conocí el monumento a Colón, la desaparecida réplica de la caravela Santa María que llegué a visitar con mi padre, y las Golondrinas con destino al rompeolas, con las que viajé junto a mi padre y mi hermano Tomás en varias ocasiones.
El 10 de octubre de 1983 la línea 18 cambió levemente su recorrido por mi barrio, pasando a circular por las calles de Felipe II y Garcilaso en sentido mar y por las calles de Palencia, Bofarull y Felipe II en sentido montaña. Con el paso de los años, el servicio fue perdiendo calidad a favor de otras líneas, de modo que siempre dotaba de los autobuses más antiguos y frecuencias de paso demasiado largas. Muy raramente se podían observar vehículos modernos.
Sin embargo, el 3 de abril de 1995 el recorrido fue prolongado hasta el recinto del Port Vell, lo cual parecía mostrarse un interés en mantener y apostar por esta línea. Desgraciadamente, esa mejora fue efímera, pues un años después, el 6 de mayo, recortó su recorrido hasta la plaza de Cataluña, siendo cubierto el tramo hasta el Port Vell por la línea 19. Ello supuso numerosas protestas vecinales en el barrio del Congrés. El proceso fue algo esperpéntico. Los escritos a TMB y al Ayuntamiento acompañados de 1200 firmas de usuarios y vecinos de nada sirvieron. Además, en las marquesinas se leían pintadas de defensa de la línea 18 hasta mensajes de desprecio e insulto, escritos haciendo réplica a los ataques, cartas anónimas o con nombres falsificados, etc.
Finalmente, el 22 de septiembre de 1997, con motivo de la inauguración del tramo Sagrada Família-La Pau de la L2 de metro, la línea 18 finalizó definitivamente su servicio. A cambio, llegaría al barrio la nueva línea 36 y, poco después, la línea 20.
En total, 36 años de historia de una modesta y discreta línea de autobús que se convirtió en toda una institución del barrio, y a la cual debo agradecer haber conocido una parte importante de la ciudad de Barcelona, y haberme acompañado en una etapa de mi vida. Agradecer a la línea 18, que gracias a este autobús me aficioné al mundo de los transportes y a la recuperación de la memoria local.
jueves, 1 de noviembre de 2012
Recuerdos de mi autobús: el 18
Todos tenemos recuerdos entrañables de aquellas cosas que formaron parte de nuestra vida y que durante nuestra infancia y juventud nos acompañaron. Aunque se suele decir que cualquier tiempo pasado fue peor porque no había las comodidades de ahora, añoramos sin embargo con una sonrisa aquellas épocas que vivimos antaño y que tanto nos marcaron como personas. En nuestros barrios recordaremos por ejemplo los cines de reestreno donde veíamos entretenidos programas dobles, y también aquellos comercios tradicionales de siempre cuyos dueños tan queridos por todo el vecindario se convirtieron en miembros de la familia.
Algo parecido me sucede cuando rememoro aquella línea de autobús en la que tantas veces viajé y gracias a la cual descubrí Barcelona. Esa era la 18, establecida de mutuo acuerdo entre el Ayuntamiento de Barcelona y el Patronato de Viviendas del Congreso Eucarístico con motivo de la construcción de la nueva barriada. Tranvías de Barcelona la puso en servicio el 10 de julio de 1961, con un recorrido entre la plaza del Congreso Eucarístico y las Atarazanas. Inicialmente, el itinerario previsto era hasta la plaza del Virrey Amat, pero debido a que las obras de pavimentación de la calle de Felipe II no terminaban, finalmente la idea se descartó. Sin embargo, los indicadores de línea y las paradas indicaban el origen y final que nunca fue, por lo que tuvieron que ser rectificados. Corría por aquél entonces la leyenda de que el Obispado firmó a petición de la parroquia de San Pío X un tratado por el cual el Ayuntamiento se comprometería a no suprimir jamás esta línea de autobús.
Al entrar en servicio su denominación no era el número 18, sino que llevaba un distintivo de letra, la S. Eso se mantuvo hasta el cambio numérico definitivo, el 23 de febrero de 1964. Habitualmente los vehículos eran Pegaso-Seida del modelo 5020, los primeros de fabricación nacional, pintados con un doble tono azulado conocido popularmente como “azul Porcioles” en honor al entonces alcalde de Barcelona. La entrada se efectuaba por detrás, donde se hallaba la cabina del cobrador. Las puertas del centro y delantera eran de salida. Estos autobuses los llegué a conocer cuando era muy pequeño. Sin embargo, los que recuerdo mejor por haber durado tantos años fueron los Pegaso-Jorsa del modelo 6035. Los conocí pintados primero de “verde Porcioles” con franja amarilla y después de rojo con franja crema. Eran una serie de dos puertas, y tanto la entrada como el cobro se efectuaban por delante. Al subir al autobús, en el lado opuesto al conductor había una máquina expendedora de billetes de color amarillo donde introducías las monedas y te expedía un billete sencillo. Luego, para pasar al interior había un torniquete. A esas máquinas yo de pequeño las llamaba “los pagaduros”. A partir de 1980 incorporaron canceladoras de tarjetas multiviaje, que luego sustituyeron definitivamente a las máquinas expendedoras.
Viajar en estos autobuses suponía sentarse en asientos duros de contrachapado de madera y soportar el ralentí, el traqueteo y el ruido del motor. Además, carecían de aire acondicionado, pero era lo que existía, con lo cual estabas acostumbrado a aquellas viejas glorias, cuya fidelidad y resistencia nada tiene que envidiar a los modernos autobuses de hoy día. El recorrido apenas cambió durante toda su vida. Yo conocí su primitivo itinerario. Partía del lado montaña de la plaza del Congreso Eucarístico y seguía por la plaza del Doctor Modrego, Manigua, paseo de Maragall, plaza de Maragall, Navas de Tolosa (a la vuelta por Valencia, Olesa, Vizcaya y plaza de Maragall), avenida Meridiana, Valencia, Enamorados, La Coruña, avenida Meridiana, plaza de las Glorias, avenida Diagonal, Cerdeña, Gran Vía, plaza de Tetuán, Gran Vía, Pau Claris (a la vuelta por paseo de Gracia), ronda de San Pedro, plaza de Urquinaona, ronda de San Pedro, plaza de Cataluña, la rambla, Puerta de Santa Madrona y avenida de les Drassanes, desde donde giraría por la plaza de la Puerta de la Paz para tomar en sentido ascendente la Rambla.
Las paradas habituales fueron las popularmente llamadas “Vidal Hospital”, de color amarillo, con publicidad en la parte superior y una chapa giratoria donde se indicaba el recorrido y los horarios de línea. Su nombre viene de un contrato-subasta convocado por Tranvías de Barcelona en el año 1959 para explotar un nuevo servicio de publicidad en las placas indicadores de las paradas. Este contracto fue otorgado a Miguel Vidal Hospital, responsable de su diseño. A la espera de la llegada del autobús, todavía recuerdo las máquinas con venta de chicles redondos de diferentes sabores a una peseta, que luego fueron retiradas, si bien otras fueron víctimas de la rapiña de las bandas de gamberros.
Muchas cosas de Barcelona llegué a conocer gracias al 18. Con este autobús íbamos incluso a cines de barrio, como el Rívoli y el Maragall. El primero estaba en la calle de José Estivill con la avenida Meridiana, entonces una arteria gris de ancha calzada y estrechas aceras la cual era necesario cruzar en algunos tramos a través de unos verdosos puentes metálicos. Nos bajábamos en la de Fernando Reyes, donde descubrí la singular y futurista iglesia de San Juan Bosco. Ocasionalmente, para ir al cine Maragall utilizábamos también el 18 cuando íbamos un poco justos de tiempo. Nos bajábamos en la primera parada de la calle de las Navas de Tolosa y recorríamos andando el paseo de Maragall.
Viajando en este autobús descubrí por primera vez los Encantes Viejos de la plaza de las Glorias. Lo visité por primera vez un sábado por la mañana, acompañado de mi hermano Tomás y de mi padre un sábado por la mañana.
A través de su recorrido observaba la grandeza y majestuosidad de la Gran Vía y edificios emblemáticos como la plaza de toros Monumental y el Hotel Ritz. De niño siempre solía confundir la plaza de urquinaona con la de Cataluña, pero el problema me lo resolvió un señor mayor que estaba sentado justo a mi lado. - “Això és la plaça d’Urquinaona”- me dijo aquél buen hombre. Luego, al llegar a la altura de El Corte Inglés, me indicó - “I això és la plaça de Catalunya”-. Y terminó preguntándome: -“Què? Ja estàs més orientat?”-, por lo que yo asentí afirmativamente. Desde entonces jamás se me olvidó.
Fueron muchos los sábados por la mañana en los que mi madre y mis hermanos utilizábamos el 18 para desplazarnos a la plaza de Cataluña o a la Rambla.
- “Anem a Barcelona”- decía siempre mi madre, pues esa era la expresión habitual de muchos barceloneses de aquellas generaciones, como si las barriadas fuesen pueblos. Unas veces visitábamos el centro comercial El Corte Inglés, entonces no tan grande como ahora. Otras veces nos bajábamos hasta la Rambla. Desde Canaletas íbamos a pie recorriendo el ambiente de antaño cuando entonces aquella arteria era realmente la Rambla y se respiraba un ambiente típico barcelonés. Fue aquella vez la que descubrí las paradas de pájaros de diferentes especies. - “Mira, la Rambla dels Ocells”- me decía mi madre. Luego, más abajo, imperaba el aroma a plantas. –“Mira, la Rambla de les Flors”-, me indicó. A veces entrábamos en el palacio de la Virreina para ver alguna exposición de arte, o bien nos adentrábamos al mercado de la Boqueria. Éste último, si no se ha visto nunca, impresiona de verdad en los ojos de un niño como era yo, por lo que se convirtió en toda una aventura. Me parecía gigantesco, como un palacio de la alimentación, una pequeña ciudad con un tráfico de personas que otorgaban a aquel lugar una vida extraordinaria. Me encantaba el aroma típico y exclusivo de plaza de mercado que tanto abre el apetito, el olor a mar de las pescaderías, la fragancia de las olivas en vinagre y de los garbanzos cocidos, y la dulzura de las fruterías. Pero también me impuso respeto pasar ante las paradas de despojos, al observar las cabezas de cordero y un par de pulmones colgados por unos ganchos. La experiencia de la Boqueria fue tan interesante que la repetimos en diversas ocasiones.
En la misma Rambla barcelonesa visité por primera vez acompañado de mi madre y mi hermano Tomás la tradicional Fira de Sant Ponç, que anualmente llena la calle del Hospital de singulares paradas donde se vende fruta confitada, miel y especias aromáticas. Eso sucedió un 11 de mayo de 1980, fecha en la que pude observar de cerca por primera vez como eran los panales de abeja, auténtica obra de ingeniería de la naturaleza.
Con el 18 descubrí también el puerto y pude ver de cerca por primera vez los barcos. Me fascinaba averiguar qué profundidad tenían aquellas aguas sucias y malolientes. También conocí el monumento a Colón, la desaparecida réplica de la caravela Santa María que llegué a visitar con mi padre, y las Golondrinas con destino al rompeolas, con las que viajé junto a mi padre y mi hermano Tomás en varias ocasiones.
El 10 de octubre de 1983 la línea 18 cambió levemente su recorrido por mi barrio, pasando a circular por las calles de Felipe II y Garcilaso en sentido mar y por las calles de Palencia, Bofarull y Felipe II en sentido montaña. Con el paso de los años, el servicio fue perdiendo calidad a favor de otras líneas, de modo que siempre dotaba de los autobuses más antiguos y frecuencias de paso demasiado largas. Muy raramente se podían observar vehículos modernos.
Sin embargo, el 3 de abril de 1995 el recorrido fue prolongado hasta el recinto del Port Vell, lo cual parecía mostrarse un interés en mantener y apostar por esta línea. Desgraciadamente, esa mejora fue efímera, pues un años después, el 6 de mayo, recortó su recorrido hasta la plaza de Cataluña, siendo cubierto el tramo hasta el Port Vell por la línea 19. Ello supuso numerosas protestas vecinales en el barrio del Congrés. El proceso fue algo esperpéntico. Los escritos a TMB y al Ayuntamiento acompañados de 1200 firmas de usuarios y vecinos de nada sirvieron. Además, en las marquesinas se leían pintadas de defensa de la línea 18 hasta mensajes de desprecio e insulto, escritos haciendo réplica a los ataques, cartas anónimas o con nombres falsificados, etc.
Finalmente, el 22 de septiembre de 1997, con motivo de la inauguración del tramo Sagrada Família-La Pau de la L2 de metro, la línea 18 finalizó definitivamente su servicio. A cambio, llegaría al barrio la nueva línea 36 y, poco después, la línea 20.
En total, 36 años de historia de una modesta y discreta línea de autobús que se convirtió en toda una institución del barrio, y a la cual debo agradecer haber conocido una parte importante de la ciudad de Barcelona, y haberme acompañado en una etapa de mi vida. Agradecer a la línea 18, que gracias a este autobús me aficioné al mundo de los transportes y a la recuperación de la memoria local.