Opinió sobre ''Alvia'' trajecte Madrid-Bilbao
Posted: Monday 12/01/2009 19:34
El artilugio
El correo digital
http://blogs.elcorreodigital.com/elarti ... y-chacacha
Por Carlos Zahumenszky
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La cobertura telefónica, la velocidad, el tocino y el chacachá del tren…
Seis y media de la tarde en un tren con destino a Madrid. Hacía mucho tiempo que no me aventuraba a entrar en ningún medio de comunicación en el que figurara la leyenda Renfe y me he quedado francamente sorprendido de cómo ha cambiado el cuento. Más parecidos a aviones que a las cafeteras con ruedas que recordaba, los Alvia que cubren el trayecto Bilbao-Madrid son limpios, espaciosos y disponen de detallitos realmente amables como enchufes en los que recargar el portátil o el móvil. En cuanto a los tiempos, el convoy sólo puede alcanzar su velocidad de crucero una vez pasa Valladolid. Hasta esa estación, el trazado de las vías es tan arcaico y absurdo que la velocidad es probablemente la misma que alcanzaban los trenes de postguerra y el Alvia se mueve como lo haría un atleta si le pusiéramos unas Converse de cuadritos, molón pero ineficaz. Probablemente este asunto sea responsabilidad de alguno de esos seres a los que llaman políticos al que le deseo, con todo mi cariño, unas buenas hemorroides que le duren hasta que solucione el problema.
Con velocidad o sin ella, el Alvia es bastante puntual y su servicio satisfactorio. El problema tecnológico del tren es otro, concretamente, la cobertura de telefonía móvil. Nada más empezar el viaje, la señal de los teléfonos comienza a oscilar con el dulce vaivén de aquella canción casposa de los 60. El GPRS se confunde de estación y acaba perdido en Quintanílla de Onésimo, los 3G se van al vagón cafetería a tomarse unos copazos con las barras de cobertura y el HSPA se nos despolla de la risa en el andén mientras se despide con un pañuelito. A partir de ese punto, las llamadas se interrumpen cada dos por tres, la cobertura viene y va a su antojo y sólo en las estaciones o cerca de grandes núcleos urbanos se consigue tener una comunicación fluida. Da igual con que compañía telefónica estemos. Les pasa absolutamente a todas. Ante este singular inconveniente, uno podría sospechar que el trazado de la línea está pensado para discurrir por los rincones más oscuros, primitivos y olvidados de la geografía española pero no. El Alvia Bilbao Madrid baja prácticamente en línea recta y atraviesa poblaciones como Valladolid, Burgos o Segovia. En cualquier caso, las operadoras llevan ya años cacareando a los cuatro vientos que la cobertura telefónica móvil es prácticamente absoluta en el territorio nacional. Pues va a ser que no. Puedo entender que no haya cobertura en una aldea perdida de la serranía de Gredos pero no me parece de recibo que ocurra lo mismo en una línea geográfica por la que pasan, cada día, miles de personas que apenas pueden enviar dos sms a sus seres queridos en vez de los quince diarios a los que están acostumbrados. No estaría mal que alguien pensara en poner repetidores en lugares estratégicos a lo largo de la vía. Sobre todo teniendo en cuenta la cara de incipiente mosqueo que tienen todos los pasajeros que llevan el móvil en la mano o el portátil en la bandeja del asiento. Ellos lo agradecerán, y mis endorfinas interruptas cada dos por tres también.
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La cobertura telefónica, la velocidad, el tocino y el chacachá del tren…
Seis y media de la tarde en un tren con destino a Madrid. Hacía mucho tiempo que no me aventuraba a entrar en ningún medio de comunicación en el que figurara la leyenda Renfe y me he quedado francamente sorprendido de cómo ha cambiado el cuento. Más parecidos a aviones que a las cafeteras con ruedas que recordaba, los Alvia que cubren el trayecto Bilbao-Madrid son limpios, espaciosos y disponen de detallitos realmente amables como enchufes en los que recargar el portátil o el móvil. En cuanto a los tiempos, el convoy sólo puede alcanzar su velocidad de crucero una vez pasa Valladolid. Hasta esa estación, el trazado de las vías es tan arcaico y absurdo que la velocidad es probablemente la misma que alcanzaban los trenes de postguerra y el Alvia se mueve como lo haría un atleta si le pusiéramos unas Converse de cuadritos, molón pero ineficaz. Probablemente este asunto sea responsabilidad de alguno de esos seres a los que llaman políticos al que le deseo, con todo mi cariño, unas buenas hemorroides que le duren hasta que solucione el problema.
Con velocidad o sin ella, el Alvia es bastante puntual y su servicio satisfactorio. El problema tecnológico del tren es otro, concretamente, la cobertura de telefonía móvil. Nada más empezar el viaje, la señal de los teléfonos comienza a oscilar con el dulce vaivén de aquella canción casposa de los 60. El GPRS se confunde de estación y acaba perdido en Quintanílla de Onésimo, los 3G se van al vagón cafetería a tomarse unos copazos con las barras de cobertura y el HSPA se nos despolla de la risa en el andén mientras se despide con un pañuelito. A partir de ese punto, las llamadas se interrumpen cada dos por tres, la cobertura viene y va a su antojo y sólo en las estaciones o cerca de grandes núcleos urbanos se consigue tener una comunicación fluida. Da igual con que compañía telefónica estemos. Les pasa absolutamente a todas. Ante este singular inconveniente, uno podría sospechar que el trazado de la línea está pensado para discurrir por los rincones más oscuros, primitivos y olvidados de la geografía española pero no. El Alvia Bilbao Madrid baja prácticamente en línea recta y atraviesa poblaciones como Valladolid, Burgos o Segovia. En cualquier caso, las operadoras llevan ya años cacareando a los cuatro vientos que la cobertura telefónica móvil es prácticamente absoluta en el territorio nacional. Pues va a ser que no. Puedo entender que no haya cobertura en una aldea perdida de la serranía de Gredos pero no me parece de recibo que ocurra lo mismo en una línea geográfica por la que pasan, cada día, miles de personas que apenas pueden enviar dos sms a sus seres queridos en vez de los quince diarios a los que están acostumbrados. No estaría mal que alguien pensara en poner repetidores en lugares estratégicos a lo largo de la vía. Sobre todo teniendo en cuenta la cara de incipiente mosqueo que tienen todos los pasajeros que llevan el móvil en la mano o el portátil en la bandeja del asiento. Ellos lo agradecerán, y mis endorfinas interruptas cada dos por tres también.