Atenció als Catalunya Exprés!!
Posted: Monday 06/07/2009 10:34
http://www.lavanguardia.es/lv24h/200907 ... 86452.html
¡Atención al tren!
Antoni Puigverd | 06/07/2009 | Actualizada a las 03:31h | Ciudadanos
Viajo de Girona a Barcelona, en tren, como siempre. El termómetro del vagón marca 41 grados y, a mi espalda, una mujer entrada en años y en carnes, exclama entre vahídos que ya no puede más. El problema no es que el aire acondicionado no funcione (la humanidad ha pasado millones de veranos sin estos aparatos). El problema es que los vagones están herméticamente cerrados. Siempre se estanca en ellos un tufillo de lavabo y si, como sucede hoy, se estropea la refrigeración, no hay más remedio que cocerse en los asientos como verduras al vapor.
A medio camino, el conductor detiene la marcha y desbloquea las dos únicas ventanas que pueden abrirse parcialmente en cada vagón. Un simpático grupo de niños en viaje de colonias ameniza el trayecto con gritos y excitadas carreras. Resignado, el pasaje calla. Y toca madera, pues los retrasos del Catalunya Exprés están a la orden del día. Cuando Mercè Sala, a principios de los noventa, impulsó en toda España este tipo de trenes, los usuarios creíamos estar dando el salto hacia la europeidad ferroviaria.Aquellos trenes -limpios y algo caros- tardaban hora y diez minutos en recorrer los cien kilómetros de Girona a Barcelona. En comparación con los herrumbrosos clásicos de Renfe, producían la impresión de lujo asiático y puntualidad suiza. Fue un espejismo.
Los Exprés murieron de éxito. El usuario puede entender que, por razones de sobreutilización y presupuesto, sean ahora ajados y malolientes trenes. ¿Pero cómo aceptar que en pleno siglo XXI no pueda confiarse en los horarios de un servicio público? Los Catalunya Exprés ya tardan, oficialmente, diecisiete minutos más que en tiempos de Mercè Sala; a los que con sospechosa frecuencia se agregan largos minutos de desagradable propina. Especialmente en el último trayecto nocturno. Lo de nocturno es un decir: el último tren a Girona parte a las 21.15 h. En un mundo interconectado como el actual, da vergüenza ajena constatar que termina prácticamente en hora vespertina el servicio público entre dos capitales vecinas. Peor lo tienen en Manresa: tardan nueve minutos menos que en 1859 para llegar a Barcelona.
En 1906, cuando Narcís Oller publicó Pilar Prim (un clásico ideal para estas vacaciones), imaginó una escena en la que un maduro galán seduce a la insatisfecha protagonista. Nada debía distraer a Pilar del influjo de aquel pavo real venido a menos, y el novelista no encontró mejor pretexto que hacerlos coincidir en un inacabable viaje ferroviario a Puigcerdà en un convoy tirado por máquina de vapor. El viaje actual tarda más o menos lo mismo. En serio: ¿podemos hablar de arco mediterráneo o eurorregión, si en el 2009 las ciudades catalanas medias no están conectadas por una red ferroviaria convencional?
El último tren de Barcelona a Girona, decía, sale a las 21.15 h. Lo tomé el martes 23, vigilia de Sant Joan. Los vagones estaban a rebosar: con el buen tiempo, a los usuarios habituales se suman los turistas.
Unos universitarios celebraban el final de los exámenes con grandes alegrías. De vez en cuando, un par de ellos, cabello corto y polo Fred Perry, se trasladaban a la pequeña plataforma de las puertas de salida, junto a las cabinas del lavabo. Y se fumaban un par de pitillos. Fumar está prohibido en el tren, como se sabe, pero al menos tenían la amabilidad de no expulsar el humo en las narices del pasaje. También daban largos tragos de una litrona, que agotaron en un periquete.
De repente, entre Granollers y Sant Celoni, el tren se detuvo largo rato. Nadie nos informaba. Los turistas preguntaban y no sabíamos qué decirles. Los nervios afloraban. Y un frenesí se apoderó de los dos jóvenes, a los que se sumó una rubia madura. Pateaban las paredes metálicas, mientras desafiaban con gestos obscenos a los viajeros que les censurábamos con la mirada. Ya no bebían cerveza, sino largos sorbos de un licor ambarino. El revisor brilló por su ausencia. Al cabo de unos quince minutos, por los altavoces se nos informó de que un tren anterior, averiado, bloqueaba la vía. Los dos jóvenes seguían fumando, bebiendo y pateando paredes. Temí lo peor. Tranquilicé a unas turistas danesas e intenté concentrarme en un libro, sin conseguirlo. No existe autoridad en este tren, me decía. Si Renfe incumple habitualmente sus propios compromisos, ¿cómo evitar que algunos usuarios rompan las reglas de urbanidad?
La desconfianza en las instituciones es el primer paso hacia la barbarie, me dije, constatando que la tensa situación de aquel abandonado tren rebosante de pasajeros era, en realidad, metáfora de nuestra sociedad: las instituciones ya no pueden garantizar ni el cumplimiento de sus propias normas ni la seguridad de sus servicios. Recordando Perspectivas de guerra civil,el inquietante libro de Magnus Enzensberger, comprendí que no estamos tan lejos de los estallidos de violencia gratuita. La crisis, la presión demográfica y el hundimiento de la credibilidad política abren paso al desorden y a la violencia. Enzensberger recomendaba responder al avance del caos con pequeños gestos de resistencia civilizadora. Es lo que hicimos la mayoría de los pasajeros: aguantar estoicamente el abandono y desgobierno de Renfe y resistir en silencio la provocación de los bárbaros. A las once de la noche, llegamos a Girona. En el cielo explotaba la pólvora verbenera.
¡Atención al tren!
Antoni Puigverd | 06/07/2009 | Actualizada a las 03:31h | Ciudadanos
Viajo de Girona a Barcelona, en tren, como siempre. El termómetro del vagón marca 41 grados y, a mi espalda, una mujer entrada en años y en carnes, exclama entre vahídos que ya no puede más. El problema no es que el aire acondicionado no funcione (la humanidad ha pasado millones de veranos sin estos aparatos). El problema es que los vagones están herméticamente cerrados. Siempre se estanca en ellos un tufillo de lavabo y si, como sucede hoy, se estropea la refrigeración, no hay más remedio que cocerse en los asientos como verduras al vapor.
A medio camino, el conductor detiene la marcha y desbloquea las dos únicas ventanas que pueden abrirse parcialmente en cada vagón. Un simpático grupo de niños en viaje de colonias ameniza el trayecto con gritos y excitadas carreras. Resignado, el pasaje calla. Y toca madera, pues los retrasos del Catalunya Exprés están a la orden del día. Cuando Mercè Sala, a principios de los noventa, impulsó en toda España este tipo de trenes, los usuarios creíamos estar dando el salto hacia la europeidad ferroviaria.Aquellos trenes -limpios y algo caros- tardaban hora y diez minutos en recorrer los cien kilómetros de Girona a Barcelona. En comparación con los herrumbrosos clásicos de Renfe, producían la impresión de lujo asiático y puntualidad suiza. Fue un espejismo.
Los Exprés murieron de éxito. El usuario puede entender que, por razones de sobreutilización y presupuesto, sean ahora ajados y malolientes trenes. ¿Pero cómo aceptar que en pleno siglo XXI no pueda confiarse en los horarios de un servicio público? Los Catalunya Exprés ya tardan, oficialmente, diecisiete minutos más que en tiempos de Mercè Sala; a los que con sospechosa frecuencia se agregan largos minutos de desagradable propina. Especialmente en el último trayecto nocturno. Lo de nocturno es un decir: el último tren a Girona parte a las 21.15 h. En un mundo interconectado como el actual, da vergüenza ajena constatar que termina prácticamente en hora vespertina el servicio público entre dos capitales vecinas. Peor lo tienen en Manresa: tardan nueve minutos menos que en 1859 para llegar a Barcelona.
En 1906, cuando Narcís Oller publicó Pilar Prim (un clásico ideal para estas vacaciones), imaginó una escena en la que un maduro galán seduce a la insatisfecha protagonista. Nada debía distraer a Pilar del influjo de aquel pavo real venido a menos, y el novelista no encontró mejor pretexto que hacerlos coincidir en un inacabable viaje ferroviario a Puigcerdà en un convoy tirado por máquina de vapor. El viaje actual tarda más o menos lo mismo. En serio: ¿podemos hablar de arco mediterráneo o eurorregión, si en el 2009 las ciudades catalanas medias no están conectadas por una red ferroviaria convencional?
El último tren de Barcelona a Girona, decía, sale a las 21.15 h. Lo tomé el martes 23, vigilia de Sant Joan. Los vagones estaban a rebosar: con el buen tiempo, a los usuarios habituales se suman los turistas.
Unos universitarios celebraban el final de los exámenes con grandes alegrías. De vez en cuando, un par de ellos, cabello corto y polo Fred Perry, se trasladaban a la pequeña plataforma de las puertas de salida, junto a las cabinas del lavabo. Y se fumaban un par de pitillos. Fumar está prohibido en el tren, como se sabe, pero al menos tenían la amabilidad de no expulsar el humo en las narices del pasaje. También daban largos tragos de una litrona, que agotaron en un periquete.
De repente, entre Granollers y Sant Celoni, el tren se detuvo largo rato. Nadie nos informaba. Los turistas preguntaban y no sabíamos qué decirles. Los nervios afloraban. Y un frenesí se apoderó de los dos jóvenes, a los que se sumó una rubia madura. Pateaban las paredes metálicas, mientras desafiaban con gestos obscenos a los viajeros que les censurábamos con la mirada. Ya no bebían cerveza, sino largos sorbos de un licor ambarino. El revisor brilló por su ausencia. Al cabo de unos quince minutos, por los altavoces se nos informó de que un tren anterior, averiado, bloqueaba la vía. Los dos jóvenes seguían fumando, bebiendo y pateando paredes. Temí lo peor. Tranquilicé a unas turistas danesas e intenté concentrarme en un libro, sin conseguirlo. No existe autoridad en este tren, me decía. Si Renfe incumple habitualmente sus propios compromisos, ¿cómo evitar que algunos usuarios rompan las reglas de urbanidad?
La desconfianza en las instituciones es el primer paso hacia la barbarie, me dije, constatando que la tensa situación de aquel abandonado tren rebosante de pasajeros era, en realidad, metáfora de nuestra sociedad: las instituciones ya no pueden garantizar ni el cumplimiento de sus propias normas ni la seguridad de sus servicios. Recordando Perspectivas de guerra civil,el inquietante libro de Magnus Enzensberger, comprendí que no estamos tan lejos de los estallidos de violencia gratuita. La crisis, la presión demográfica y el hundimiento de la credibilidad política abren paso al desorden y a la violencia. Enzensberger recomendaba responder al avance del caos con pequeños gestos de resistencia civilizadora. Es lo que hicimos la mayoría de los pasajeros: aguantar estoicamente el abandono y desgobierno de Renfe y resistir en silencio la provocación de los bárbaros. A las once de la noche, llegamos a Girona. En el cielo explotaba la pólvora verbenera.