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Decapitado uno de los dos semáforos históricos de Barcelona
El mal estado de conservación de la señal, reconocida como Petit Paisatge
, ha obligado a retirar la farola que lo coronaba
Barcelona | 26/02/2013 - 00:10h
Meritxell M. Pauné
El cruce de las calles Urgell y Buenos Aires ha perdido una parte de su encanto. La parte superior, en concreto. En medio de la calzada resistía entero uno de los dos semáforos históricos de Barcelona, seguramente los más antiguos que conserva la ciudad. Pero su mal estado de conservación ha llevado al Ayuntamiento a retirar la farola que lo coronaba, dejando la señal descabezada y mustia.
Según explican fuentes consistoriales, los servicios municipales retiraron la farola la primera semana de enero, en respuesta a una petición ciudadana que se quejaba del peligro que podía suponer para viandantes y vehículos. Estaba oxidada y ya no iluminaba, sólo ejercía de ornamento. “Se repondrá próximamente, pero estamos estudiado cómo hacerlo para garantizar que no se pierda su valor patrimonial”, tranquilizan las mismas fuentes.
No solo la farola ha perdido su uso natural, también la mitad de las luces que regulaban el tránsito. Al estar en el centro del cruce, tiene cuatro caras y cuatro semáforos. Sin embargo, hoy solo están en funcionamiento dos de ellos, porque las dos calles que regula son de sentido único. Cabe recordar que en el Eixample de principios de siglo todas las calles (excepto cuatro: Muntaner, Aribau, Pau Claris y Roger de Llúria) eran de doble dirección. Además la señal también acusa el desgaste y algún brote de incivismo. El tronco central, gris plateado como los semáforos, ostenta un tag hecho a rotulador y la base hexagonal, de piedra artificial y pintada con rayas rojas y blancas, está visiblemente deteriorada.
Su gemelo está a una manzana de distancia, en el cruce de Urgell con Londres, y sí que permanece entero. Pese a que ninguno de los dos está incluido en el Catálogo de Patrimonio de la ciudad, tienen título de Petit Paisatge de Barcelona. Se trata de un reconocimiento que atorga el consistorio a espacios y elementos singulares, normalmente de origen popular o publicitario, conservados por su valor histórico, estético o sentimental. Algunos de los más conocidos son la Gamba de Mariscal en el Moll de la Fusta, la medianera de La Pomera en Sant Andreu, el reloj del Sifón de la avenida de Roma o el búho publicitario de la plaza Tetuán.
En los últimos años el Instituto de Paisaje Urbano ha promovido la restauración de varios pequeños paisajes, como el termómetro Cottet del Portal del Ángel en 2011. Este enero ha lanzado una aplicación móvil, llamada BCN paisatge, que permite geolocalizar unos 200 elementos paisajísticos singulares de la ciudad.
Un invento impopular
"Son las dos columnas de señales -nombre con el que se conocían los primeros semáforos- más antiguas que quedan en la ciudad, pero nadie, ni Ayuntamiento ni vecinos, sabe con certeza cuando fueron colocados", explica el libro-catálogo de Maria Favà Petits Paisatges de Barcelona. "Se supone que son de finales de los años 40 del siglo XX o de principios de los 50", prosigue.
El primer semáforo de Barcelona se instaló en el cruce de Provença y Balmes, de eso sí ha quedado constancia, muchos años antes. Fue en enero de 1929, como muestra de la inovación local ante la cercana inauguración de la Exposición Universal -igual que hacemos hoy con el Mobile World Congress-. "Vista su eficacia, el día primero de agosto de 1929 la delegación de Obras Públicas decidió plantar semáforos de forma definitiva en la plaza Catalunya, paseo de Grácia, Rambla, Via Laietana, Gran Via y plaza Espanya", explica Lluís Permanyer en una de sus seguidas crónicas en La Vanguardia.
Los artífices de la innovación fueron los concejales republicanos Joaquim Llansó y el Jaume Vachier, que además era ingeniero. Al principio eran regulados a mano por un guardia urbano, pero en 1933 llegaron los primeros automáticos, que se accionaban cuando los vehículos pisaban unas bandas de caucho colocadas en el suelo. Los barceloneses no recibieron con benevolencia las señales luminosas, que conllevaban normas de circulación y limitaban el libre albedrío que regía el ya voluminoso -y caótico- tráfico de la ciudad condal. "¡Esto no tiene ningún futuro!", asegura Permanyer que rechistaban los cocheros de lujo sobre el nuevo invento.