Un billete para el Alvia en el tercer mundo
Posted: Friday 21/08/2009 12:38
Un billete para el Alvia en el tercer mundo
Si un torrelaveguense quiere viajar en este tren, siempre tendrá que pagar comisión o ir a Santander a comprarlo
Los viajeros tienen que pasar andando las vías, algo que estaría prohibido en cualquier país civilizado
Hay apeaderos mejor y más modernos que la estación de Renfe, segunda de la región
Torrelavega no sólo es famosa por el hojaldre, por sus fiestas, su industria o su ganadería. También lo es por tener una estación de autobuses en la que no caben los vehículos, por diseñar unas calles en las que no caben los coches o por tener una procesión de Semana Santa anatemizada. Puede llegar a ser famosa por ser la única ciudad de España, con casi 60.000 habitantes, en la que no se puede comprar un billete de tren en una estación.
Póngase en un escenario cotidiano en esta ciudad. Si un torrelaveguense necesita comprar un billete para viajar en el tren Alvia, tiene varias dificultades que no tiene, por ejemplo, un vecino de Santander. Para empezar, aunque resulte paradójico, hay que explicar que, en Torrelavega, no se puede comprar un billete de tren en una estación de tren. En la taquilla, situada a no menos de dos kilómetros del centro de la ciudad, en el pueblo de Tanos, pegado con celo, un papel informa de los nombres de las agencias de viaje donde pueden adquirirse los billetes.
Otra opción es comprarlo por Internet, pero para ello usted debe disponer de un ordenador y de una tarjeta de crédito; si no, este sistema tampoco le vale.
Sólo queda, pues, la posibilidad de comprar el billete en una agencia de viajes -empresa privada- donde Renfe -empresa pública- le envía sin remisión. En la agencia le atenderán en horarios comerciales, sólo los días laborables, y jamás sábados por la tarde o festivos. Todo eso, y tener que pagar una comisión extra, sólo por el hecho de ser de Torrelavega.
Una situación cotidiana: una persona sin ordenador, necesita viajar, pongamos que a Madrid o a Valladolid, un sábado o un domingo, o bien un día cualquiera fuera el horario laboral. Sólo tiene una posibilidad para conseguir un billete: trasladarse a Santander para comprarle. ¿Igualdad de oportunidades? Así están las cosas.
En todo caso, a un torrelaveguense le cuesta más caro el billete de tren, porque tiene que pagar comisión: si no es a la agencia de viajes, será por la gestión en internet, o por el viajecito a Santander, ida y vuelta, como fuere, siempre le costará más dinero y molestias.
Una vez recorrido el camino tortuoso para encontrar el billete, comienza el segundo descenso a los infiernos: la llegada a la estación. Dependiendo del horario del tren que tenga que coger, lo más probable es que para llegar al andén tenga que atravesar andando -en cualquier lugar del mundo civilizado estaría prohibido- las vías del tren en una estación con alto tránsito de viajeros y mercancías; no importa su edad o sus condiciones físicas, esté sano o sea discapacitado físico, tiene que jugársela cruzando las vías, con el equipaje incluido. Y si llueve, doble mojadura: tiene que esperar al tren en un andén que tiene sólo una marquesina y dos bancos para sentarse cuatro o cinco personas.
Pero nada es mucho mejor en el andén principal. La primera estación de Torrelavega, y se supone que la segunda de Cantabria, de Renfe, es un habitáculo de unos treinta metros cuadrados a mucho medir, con unas desangeladas sillas de plástico, con un baño manifiestamente muy mejorable y que no dispone de ningún otro servicio: ni cafetería, ni un quiosco de prensa, ni ventanilla, ni expendedor del billetes. Lo más desolador, no obstante, circunda la segunda estación de Renfe en Cantabria: los alrededores. Olvidándose ya del depósito de materias peligrosas, el espectáculo es desolador. Las vallas de protección están rotas oxidadas o, sencillamente, ya no existen. El parterre que hace las veces de rotonda no es más que un matojo de hierbas que cuando las segaron por ultima vez todavía usaba el Ministerio el dalle. Los baches ponen en peligro los amortiguadores de los coches, los tobillos de los viajeros y las ruedas de las maletas.
La señal de la 'parada' de taxi -otro trozo de bache- está tapada por decenas de pegatinas; puede encontrarse uno, dos o ningún taxi, y si tiene que pedir uno, asegúrese de llevar móvil, porque de lo contrario, lo tendrá difícil. Las aceras han perdido parte de sus baldosas, la limpieza se olvidó hace mucho tiempo, los canalones están rotos, la cabina de teléfono está impresentable... y ni por no tener, el jefe de estación no tiene ni uniforme, así hay que adivinar quién es el responsable, entre algunos trabajadores que se supone que cumplen con su misión, que en ningún caso es la de ayudar a los sufridos viajeros de Torrelavega.
Para los torrelaveguenses la situación es como en el chiste aquel de quien tuvo que vender el coche para comprar la gasolina.
http://www.eldiariomontanes.es/20090821 ... 90821.html
Si un torrelaveguense quiere viajar en este tren, siempre tendrá que pagar comisión o ir a Santander a comprarlo
Los viajeros tienen que pasar andando las vías, algo que estaría prohibido en cualquier país civilizado
Hay apeaderos mejor y más modernos que la estación de Renfe, segunda de la región
Torrelavega no sólo es famosa por el hojaldre, por sus fiestas, su industria o su ganadería. También lo es por tener una estación de autobuses en la que no caben los vehículos, por diseñar unas calles en las que no caben los coches o por tener una procesión de Semana Santa anatemizada. Puede llegar a ser famosa por ser la única ciudad de España, con casi 60.000 habitantes, en la que no se puede comprar un billete de tren en una estación.
Póngase en un escenario cotidiano en esta ciudad. Si un torrelaveguense necesita comprar un billete para viajar en el tren Alvia, tiene varias dificultades que no tiene, por ejemplo, un vecino de Santander. Para empezar, aunque resulte paradójico, hay que explicar que, en Torrelavega, no se puede comprar un billete de tren en una estación de tren. En la taquilla, situada a no menos de dos kilómetros del centro de la ciudad, en el pueblo de Tanos, pegado con celo, un papel informa de los nombres de las agencias de viaje donde pueden adquirirse los billetes.
Otra opción es comprarlo por Internet, pero para ello usted debe disponer de un ordenador y de una tarjeta de crédito; si no, este sistema tampoco le vale.
Sólo queda, pues, la posibilidad de comprar el billete en una agencia de viajes -empresa privada- donde Renfe -empresa pública- le envía sin remisión. En la agencia le atenderán en horarios comerciales, sólo los días laborables, y jamás sábados por la tarde o festivos. Todo eso, y tener que pagar una comisión extra, sólo por el hecho de ser de Torrelavega.
Una situación cotidiana: una persona sin ordenador, necesita viajar, pongamos que a Madrid o a Valladolid, un sábado o un domingo, o bien un día cualquiera fuera el horario laboral. Sólo tiene una posibilidad para conseguir un billete: trasladarse a Santander para comprarle. ¿Igualdad de oportunidades? Así están las cosas.
En todo caso, a un torrelaveguense le cuesta más caro el billete de tren, porque tiene que pagar comisión: si no es a la agencia de viajes, será por la gestión en internet, o por el viajecito a Santander, ida y vuelta, como fuere, siempre le costará más dinero y molestias.
Una vez recorrido el camino tortuoso para encontrar el billete, comienza el segundo descenso a los infiernos: la llegada a la estación. Dependiendo del horario del tren que tenga que coger, lo más probable es que para llegar al andén tenga que atravesar andando -en cualquier lugar del mundo civilizado estaría prohibido- las vías del tren en una estación con alto tránsito de viajeros y mercancías; no importa su edad o sus condiciones físicas, esté sano o sea discapacitado físico, tiene que jugársela cruzando las vías, con el equipaje incluido. Y si llueve, doble mojadura: tiene que esperar al tren en un andén que tiene sólo una marquesina y dos bancos para sentarse cuatro o cinco personas.
Pero nada es mucho mejor en el andén principal. La primera estación de Torrelavega, y se supone que la segunda de Cantabria, de Renfe, es un habitáculo de unos treinta metros cuadrados a mucho medir, con unas desangeladas sillas de plástico, con un baño manifiestamente muy mejorable y que no dispone de ningún otro servicio: ni cafetería, ni un quiosco de prensa, ni ventanilla, ni expendedor del billetes. Lo más desolador, no obstante, circunda la segunda estación de Renfe en Cantabria: los alrededores. Olvidándose ya del depósito de materias peligrosas, el espectáculo es desolador. Las vallas de protección están rotas oxidadas o, sencillamente, ya no existen. El parterre que hace las veces de rotonda no es más que un matojo de hierbas que cuando las segaron por ultima vez todavía usaba el Ministerio el dalle. Los baches ponen en peligro los amortiguadores de los coches, los tobillos de los viajeros y las ruedas de las maletas.
La señal de la 'parada' de taxi -otro trozo de bache- está tapada por decenas de pegatinas; puede encontrarse uno, dos o ningún taxi, y si tiene que pedir uno, asegúrese de llevar móvil, porque de lo contrario, lo tendrá difícil. Las aceras han perdido parte de sus baldosas, la limpieza se olvidó hace mucho tiempo, los canalones están rotos, la cabina de teléfono está impresentable... y ni por no tener, el jefe de estación no tiene ni uniforme, así hay que adivinar quién es el responsable, entre algunos trabajadores que se supone que cumplen con su misión, que en ningún caso es la de ayudar a los sufridos viajeros de Torrelavega.
Para los torrelaveguenses la situación es como en el chiste aquel de quien tuvo que vender el coche para comprar la gasolina.
http://www.eldiariomontanes.es/20090821 ... 90821.html