Preisament avui el diari La Mañana publica aquest article:
Pardinyes, el barrio detrás de la estación
Unos, por lo del río y las piraguas, le llaman el barrio marítimo de Lleida, otros prefieren decir que es el barrio ferroviario aunque de lo que en su día fue la estación de mercancías de El Recorrido no quede ya nada. Alguno, incluso, va más allá de la mera categoría y del mismo modo que hacen los de Gràcia cuando les preguntan por Barcelona, se descuelga diciendo que de barrio, nada y que, a lo sumo, hablaríamos de república independiente. Es Pardinyes, y con él estrenamos nuestra particular radiografía semanal de los barrios que forman Lleida.
Casi 14.000 habitantes, un río y unas vías. Si eso lo colocamos en Lleida, es fácil intuir que hablamos de Pardinyes, un barrio definido, precisamente, por el Segre y el tren. El tren, porque le hizo dejar de ser la barriada agrícola que fue y lo separó del resto de la ciudad, y el río, por limitar también su desarrollo primero y convertirse luego gracias al parque de la Mitjana en uno de los principales atractivos del único barrio de Lleida que puede presumir de guardar estrecha relación (uno vive allí y el otro entrenó en la zona muchos años) con Saül Craviotto y Sergi Escobar, los dos últimos medallistas olímpicos leridanos.
El Pardinyes moderno nació en 1923, cuando Caminos de Hierro del Norte, compañía ferroviaria integrada luego en Renfe, levantó en el barrio una estación de mercancías y unos talleres que, por lo lejos que estaban de la terminal de viajeros y la vuelta que había que dar para llegar hasta ellos, se acabaron conociendo como El Recorrido. Antes del tren, en la zona sólo había masías, huertos y alguna casa de veraneo, pero a partir de los años treinta se levantaron casas para los 150 trabajadores del complejo y los ferroviarios de la terminal de pasajeros levantada en 1928 al final de la Rambla.
La presencia de los tinglados ferroviarios configuró el barrio como una zona fabril, lo que atrajo otras industrias (serrerías, silos, fábricas varias y hasta una planta de gas que no se desmanteló hasta 1988) que durante las décadas siguientes llevaron más trabajadores al barrio y obligaron a levantar viviendas como las que Renfe erigió en Sant Pere Claver para sus empleados y bloques como los cercanos Landelino Lavilla, un grupo de viviendas de protección oficial típicas de una época en la que se instaló también en Pardinyes el mercado central de frutas y verduras de la ciudad, que hoy ya no existe y sobre cuyos terrenos se está levantando ahora el futuro Palacio de Congresos. Al lado de ese mercado, pero ya en 1971, se levantaron las instalaciones de Mercolleida, que aún hoy fijan los precios del cerdo para toda España.
El barrio se configuró así entre los 40 y los 70 como un arrabal obrero en el que industrias y viviendas se mezclaban y donde, como en buena parte de los barrios de la Lleida del franquismo, sólo sobraban las ganas de implicarse y luchar por mejorar las cosas desde asociaciones como Orvepard, que nació en 1962 en los bloques para ferroviarios que Renfe construyó en Sant Pere Claver y con el tiempo habría de convertise en una de las más reivindicativas y, también de las más populares gracias a unas fiestas que son a Lleida casi lo que las de Gràcia a Barcelona.
El Pardinyes de hoy no se dibuja, sin embargo, hasta que en 1979, el entonces alcalde Antoni Siurana compra a Renfe por 441 millones la vieja estación de mercancías y escribe el primer capítulo de una historia que acabó con la desaparición de las instalaciones ferroviarias y la marcha del barrio de buena parte de las industrias que le hicieron crecer. La zona se empieza a configurar así como área residencial revalorizada primero por la dignificación del parque de la Mitjana y, después, por el llamado Plan de la Estación, hoy todavía en curso, pero que servirá para cerrar la herida que en forma de vías, separó durante años el barrio de la ciudad. De la Pardinyes ferroviaria quedan hoy solo unas cuantas viviendas obreras desvencijadas -los bloques de Sant Pere Claver- que los vecinos quieren recuperar porque las sienten parte de su historia–, alguna nave hoy ocupada por el Institut Municipal d’Ocupació y un carácter de barrio obrero que ha permitido integrar a los extranjeros llegados en los últimos años en un barrio en el que, dicen, nadie es extraño porque todos lo fueron algún día. Ese carácter, también, hace que, pese a lo mucho en marcha (el palacio de congresos, la piscina cubierta, el puente de Príncep de Viana, la prolongación de Prat de la Riba o el centro comercial que se supone se levantará junto al parque previsto sobre la losa que ya cubre las vías) no se olviden reivindicaciones como el acceso a la estación desde el barrio, la vivienda protegida o la ya apalabrada con la Paeria reforma de la avenida Pearson. Las preocupaciones nuevas como las que traen las paralizadas torres de viviendas contiguas a la Llotja, tampoco se olvidan: Para el solar, y así lo dice su presidente Miquel Costa, los vecinos ya tienen ideas por si acaso no se construye: “Que hagan un parque. Las torres son una buena cosa, pero si al final no llegan, algo habrá que hacer. Aquí, en Pardinyes, otra cosa no, pero las ideas y el empuje siempre nos han sobrado”.
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